BUENAVIDA
Por si fuera necesario, la ciencia lo explica: estamos programados para devorarlas
BuenaVida
Le podrá parecer una obviedad, pero la ciencia confirma que
elegimos los alimentos en función de su gusto y textura. “Y las grasas
son responsables de las propiedades sensoriales de muchos platos y
contribuyen ampliamente al placer de comer”. Esta afirmación forma parte
del Programa de Nutrición Humana del School of Public Health de la Universidad de Michigan
(EE UU). La preferencia por lo graso es universal y también responde a
factores evolutivos por su valor en la supervivencia: “Con menos
cantidad aportan más calorías que las proteínas y los carbohidratos”,
explica la neurocientífica Susan Schiffman en un estudio publicado en Psychological Science.
Hacen que las comidas sean más ricas y permiten la perpetuación de la
especie. Razones para que le chiflen las patatas fritas, sobran. Pero
hay más.
Doble poder saciante
Sin
duda, las grasas engordan. Y mucho: unas 9 kilocalorías por gramo. Pero
llenan. También con olerlas. Según la experta, el aroma de la grasa
desencadena la sensación de satisfacción del apetito. Desde 2015 se le
reconoce un sabor propio que ha pasado a formar parte de los cinco
básicos. Según la Universidad de Deakin (Australia), quienes no lo
identifican toman hasta 500 kilocalorías y 250 gramos más de comida. Al
dulce, el salado, el ácido, el amargo y el umami –sabroso– se ha unido
el oleogusto. “En sí, este no es agradable”, reza el estudio de la Universidad de Purdue
que bautizó el descubrimiento. Es rancio “cuando lo provocan altas
concentraciones de ácidos grasos. En este caso, el sabor graso es una
alerta para no comer el alimento. En cambio, los ácidos grasos a bajas
concentraciones podrían aumentar el atractivo del sabor como lo hace el
amargor al chocolate o el vino”.
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